viernes, 6 de diciembre de 2013

El Ascenso de los Conjurados 50

Sergi trabajaba con una máquina de coser. Él, al igual que Spiderman y buena parte de los héroes del país, se hacía sus propios uniformes. Encargar mallas ajustadas de colores llamativos por las sastrerías de la ciudad no suele ser muy bueno para mantener una identidad secreta. Al menos, así fue hasta que la Asociación de Superhéroes puso en marcha su servicio de diseño y confección. Funcionaba bastante bien y nadie te pedía que te quitaras la máscara para medirte, pero Sergi seguía prefiriendo hacerse sus propios trajes. Así se sentía más libre. Además, el encargado de moda de la Asociación era el Sastre Rojo con el que TR nunca (incluso antes de intentar matarle) se había llevado bien. En su opinión, no era ni la mitad de simpático que la pequeña diseñadora de la película de "Los Increíbles".

La vieja máquina de hierro que había en la casona resultaba no iba con demasiada fluidez, pero no le importó. Tenía muchos años de práctica y había “copiado” sus habilidades a algunas de las mejores modistas del mundo (su abuela incluida). Además, confeccionarse un nuevo uniforme le hacía sentir que recuperaba algo de control sobre su vida. Y no sólo estaba haciendo el suyo, también los de sus compañeros. Ninguno se lo había pedido. De hecho, consideraban una tontería llevarlos, dado que Ampario ya conocería sus identidades secretas. Pero TR era muy clásico para algunas cosas y le gustaba ir vestido adecuadamente a sus citas, especialmente si era con una superheroína.

— Vaya, qué sorpresa. — Dijo Héctor al entrar al salón. — Tú haciendo una actividad tan heterosexual como coser.

— Puedes reírte lo que quieras. — Respondió Sergi sin dejar su labor. — Pero esta habilidad me ha dado de comer durante bastante tiempo.

— ¿Fuiste una modistilla? Reitero mi sorpresa anterior.

— Antes de convertirme en una estrella del porno, empecé en la industria del cine para adultos como ayudante de dirección. Y entre mis muchas responsabilidades estaba la de arreglar los tangas rotos y volver a coser los botones que arrancaban los actores.

— ¿Estrella del porno? — Preguntó Héctor con cierta estupefacción.

— ¿Acaso no lo notaste la otra noche? Debió ser por estar influido mágicamente.

— Muy gracioso, pero no has contestado.

— Pues sí, fui actor porno. — Admitió Sergi. — Ha sido uno de los muchos trabajos que he tenido en mi vida. Por lo que leí de la biografía que os hizo el Archivista, me parece que vosotros no habéis tenido esos problemillas.

— Parece que olvidó algunos datos.

— Tus secretos están a salvo conmigo. Todos ellos.

Melanie entró en ese momento en el salón. Su aspecto aún era mejorable, pero había conseguido dormir unas horas sin tener pesadillas con Reeva y, al menos, se sentía un poco más descansada.

— Vayámonos, chicos. — Dijo. — Hay un largo viaje por delante.

— Espera, que me queda coser un par de cosillas.

— No irás de TR. Tratamos de pasar desapercibidos y los hombres en mallas no son demasiado discretos.

— Además, — continuó Héctor — ya no tienes identidad secreta que guardar.

— Pero es una tradición. — Se quejó Sergi. — No puedes tratar con otro superhéroe vestido de paisano. Hasta os he hecho unos a vosotros...

— Nada de uniformes. — Le cortó Melanie.

— ¿Puedo llevarme las gafas al menos? — Preguntó TR poniendo cara de cordero degollado.

— De acuerdo, pero no te las pongas hasta que lleguemos.

— ¿Cómo has conseguido tintar los cristales de rosa? — Le preguntó el hechicero.

— No tuve que hacerlo. La tienda de deportes que asaltamos tenía un stock de gafas de esquiar de lo más variado.

— Y hortera, por lo que veo.

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