martes, 24 de septiembre de 2013

El Ascenso de los Conjurados 38

Para cuando dejaron de devanarse los sesos con la identidad de los Conjurados y salieron del coche, Bolea ya había conseguido localizar a alguien vigilando desde una de las azoteas cercanas. Era delgado, alto y vestía de negro. Eso era todo lo que consiguió sacar del primer vistazo. No eran características muy concretas y podían describir tanto a un ninja como a un mendigo, pero no se atrevió a seguir mirándole por miedo a atrae su atención. Tampoco TR consiguió distinguir más detalles de su persona.

Ya habían supuesto que habría vigilancia, así que no les pilló por sorpresa. Saber dónde estaba les daba cierta ventaja sobre él, aunque hubieran preferido conocer su identidad. Si algo se torcía, podría resultar muy conveniente saber si se tendrían que enfrentar a un ciborg con pistolas láser, a una mujer-mono o al señor que usa zanahorias como armas. Pero tendrían que confiar en que todo saldría bien. Entrarían en la casa de Bolea, cogerían las armas necesarias y, en menos de diez minutos, se encontrarían de camino a otro de sus pisos francos para trazar la estrategia que seguirían a partir de ese momento.

— ¿Cuándo nos ha salido bien un plan fácil y sencillo? — Preguntó TR preocupado a su compañera.

— Tranquilizate e intentá parecer divertido. — Le recomendó Bolea.

En principio, no tenían ningún motivo para inquietarse. Para empezar, estaban vivos lo que siempre es una buenísima señal. Y los disfraces que llevaban (de Drácula en talla niño y de enfermera en talla guarrilla) ayudaban a que se mezclaran con las decenas de personas que anegaban la calle tratando de entrar en el evento que TR había organizado en el bar cercano. Así, camuflados entre decenas de asistentas con barba, gatas negras, princesitas y cowboys, consiguieron llegar a la entrada secreta y, de allí, al piso de Bolea.

La casa estaba vacía, oscura e inmóvil. No había luces de linterna, muebles volcados o extraños crujidos. Era una vivienda normal y corriente que llevaba un día cerrada. Tan tranquila y apacible que parecía invitarles a que se sentaran en el mullido sofá y se vieran una película degustando una de las estupendas cervezas de importación que se guardaban en su nevera. Estuvieron tentados a hacerlo, sobre todo Bolea. La mujer tuvo que reunir toda la fuerza de voluntad de su mente para controlarse y quedarse quieta. Quería ir al armario a por ropa limpia y tomarse un café en condiciones y coger su cepillo de dientes eléctrico y darse un masaje en su sillón ergonómico y hacer ejercicio en su gimnasio y… volver a su vida. No llevaba ni un día apartada de ella y ya la echaba de menos. Pero, a pesar de estar físicamente en ella, no podría hacer ninguna de esas cosas hasta que esa crisis pasara. El vigilante que encontró en el exterior era un recordatorio de la gravedad de la situación. Debían coger las armas y marcharse a un lugar seguro a toda velocidad.

El ambiente casero de aquel piso en el que tanto tiempo había pasado también influyó en TR, al que invadió una profunda nostalgia por su propia vivienda. Ni siquiera sabía si seguiría en pie. Se había obsesionado tanto con el libro del Archivista, que ni siquiera se lo había planteado. Una vez más, los temas mundanos quedaban eclipsados por los problemas superheroicos. Y no sólo su piso. Tampoco su trabajo o Mario habían acudido a su mente en las últimas 24 horas.

— Mierda. — Susurró TR recordando que Mario había dicho que se pasaría por su apartamento esa mañana para ver cómo se encontraba. — El pobre estará pensando que paso de él o que me ha ocurrido algo. Aunque es raro que no me haya llamado al móvil. — Añadió echando un rápido vistazo a su teléfono. Estaba apagado. Hasta eso había quedado fuera de su cerebro por su obsesión por el Archivista. — Mierda y re mierda.

La situación empezaba a agobiarle. Eran demasiadas cosas con las que lidiar, demasiados problemas. Y, además, estaba el ajustadísimo disfraz para niños de Drácula. Lo que antes era molesto, comenzaba a ser doloroso. Le apretaba tanto que le estaba ahogando. Mucho. Muchísimo.

— Esto no es normal. — Intentó decir casi sin aire. Le costaba respirar. El cuello del disfraz le oprimía la garganta. Se estaba mareando. Y Bolea parecía tener los mismos síntomas.

TR sacó uno de sus cuchillos y, con dificultad, rasgó las ropas que llevaban. Todas por completo. Desde los cutres disfraces a la ropa interior.

— Qué lástima que Gamer no esté aquí. — Dijo una voz desde la oscuridad de la cocina. — Le hubiera encantado esta imagen. Quizás te saque unas fotos para que tenga algo que pensar por las noches. Aunque tampoco es que yo vaya a despreciar la visión del cuerpo de la bella Bolea.

La figura avanzó hasta que pudieron distinguirle con la luz que entraba por las ventanas. Era alto, delgado y vestía de negro. Seguramente, se trataría del vigilante que Bolea había localizado en la azotea. Ya sabían de quién se trataba. Era Sastre Rojo, el superhéroe que usaba la ropa como arma.

viernes, 20 de septiembre de 2013

El Ascenso de los Conjurados 37

No era la primera vez en sus trayectorias como superhéroes que TR y Bolea se sentían odiados o, incluso, en el punto de mira de las autoridades. Ya habían pasado por algunas situaciones similares con anterioridad, como cuando quisieron limpiar la Quebrada de drogas y malhechores o la vez que el alcalde se empeñó en convertir a TR en el enemigo número uno de la ciudad, después de su salida del armario (la de TR, no la del alcalde que seguía declarándose, orgullosamente, heterosexual hasta la médula). Casi podrían decir que les parecía algo… usual. Aunque lo que nunca antes les había sucedido era que les amenazaran con enviar al ejército tras ellos. Normalmente, consideraban que la policía y el resto de héroes se bastaban y se sobraban para detenerlos.

Sin embargo, a pesar de esta preocupante novedad (o, precisamente, por ella) tenían muy claro qué era lo fundamental para sobrevivir a una situación de ese calibre: Necesitaban armas. Montones de ellas. Y no había lugar más repleto de cachivaches bélicos que la casa de Bolea. Que alguien que usa como arma, exclusivamente, una bola de demolición acumule cantidades ingentes de armamento en su piso, puede parecer contradictorio, pero lo cierto era que se debía a razones de seguridad. Existen pocos lugares mejores en los que esconder un arsenal que en el apartamento de una mujer que utiliza una bola de demolición como arma.

El principal problema que debían solucionar era cómo entrar en el piso. Confiaban en que Reeva y sus secuaces no hubieran desvelado sus identidades secretas a la policía. Primero, porque si querían recuperar el libro del Archivista, necesitaban contar con una ventaja para atraparles antes que las fuerzas del orden. Y, en segundo lugar, porque eso iría en contra de una de las más antiguas leyes de los superhéroes. Reeva, sin lugar a dudas, podía ser descrita como “loca genocida peligrosa con brotes psicopáticos y complejo de dios”, pero también era una fanática de las normas, las tradiciones y el protocolo. Jamás osaría algo tan deshonroso y ruin. Así que no era complicado imaginar que la casa de Bolea estaría vigilada, únicamente, por gente de la Asociación de Superhéroes. Seguramente, por alguno de los miembros de la junta directiva. Con Gamer descartado por sus heridas y Reeva por su enorme ego (nunca se prestaría a una vulgar misión de vigilancia), aún quedaban otros cuatro posibles enemigos: Superbyte (si se había recuperado de la paliza que le dio Bolea), Chita, Ultra-acelga y el Sastre Rojo. Se trataba de gente ridícula, pero también bastante peligrosa. Su mejor opción era darles esquinazo y entrar en la casa de Bolea por la entrada secreta del edificio adyacente.

Cuando TR le propuso hacer un pasadizo secreto de seguridad, a Bolea no le gustó nada la idea. Le resultaba absurdo que alguien fuera a impedirle a una chica con una enorme bola de demolición entrar en su casa. Incluso después de que su amigo la construyera a hurtadillas, siguió pareciéndole absurdo. Sin embargo, mientras se dirigían en coche hacia su apartamento, estaba encantada de estrenarla. Pero antes debían llegar a ella y, para conseguirlo, habían parado en, una tienda que les pillaba de camino, a comprar un par de disfraces con los que pasar desapercibidos. Bolea iba de enfermera guarrilla y TR llevaba un traje de Drácula un par de tallas más pequeño de lo que hubiera necesitado. Eran cutres, pero daba igual. Lo importante era tener un aspecto diferente al que esperaban (TR, Bolea, Sergi o Melanie). Además, TR había usado sus conocimientos “copiados” de informática y publicidad para organizar un “mega-evento temático súper-exclusivo con barra libre gratuita y sorteo de viajes entre los asistentes que vayan disfrazados” en el bar que había junto a la casa de Bolea. Como esperaba, la combinación de “megaevento”, “súper-exclusivo”, “gratuito”, “barra libre” y “sorteos de viajes” provocó que todo aquel que tuviera un disfraz a mano se pasara por el loca y, para cuando llegaron al barrio, la cola daba la vuelta a la manzana. Pero antes de que se bajaran, el libro del Archivista emitió un pitido y un ligero resplandor.

— Anda, es como un microondas. — Se rio TR.

— Mirá a ver que dice. — Le dijo Bolea mientras oteaba las azoteas de los edificios. Aún no había encontrado ningún vigilante, pero estaba segura de que alguno habría.

— “Lo que ninguno de los tres sabía era que se conocían en su vida civil. Omega, en realidad, se llamaba Héctor y había tenido una sonora pelea con Sergi en el gimnasio”. — Leyó TR.

— ¿Ya sabés quiénes son?

— Pues la verdad es que no tengo ni idea. — Respondió el chico confuso.

martes, 17 de septiembre de 2013

El Ascenso de los Conjurados 36

La noche fue larga, pero no sacaron nada en claro. Por mucho que Sergi se esforzara en tratar de recordar, ninguno de sus conocidos parecía reunir las características que buscaban. Claro que no es que supiera demasiado de muchos de ellos, especialmente de sus antiguos rollo. La familia o el lugar de nacimiento no eran una de esas conversaciones que se solieran usar para ligar con la gente. Que la descripción de la relación que mantenían fuera tan vaga, tampoco ayudaba a acotar la búsqueda. "Lo que ninguno de los tres sabía era que se conocían en su vida civil” decía el libro y eso podría aplicarse a cualquiera con el que hubiera visto más de dos veces en su vida o hubiera mantenido una conversación. Desde el frutero del mercado a los compañeros de trabajo de sus múltiples y variados empleos. Resultaba imposible llegar a una conclusión con tan pocos datos. Lo único que podrían hacer era esperar a que el texto continuara escribiéndose y, dado que la paciencia de Sergi se había reducido sustancialmente desde que entraran a su apartamento, el chico pasó gran parte del día siguiente abriendo y cerrando el libro del Archivista. Cada hora que pasaba se desesperaba más, pero las letras que aclararían el misterio se resistían a aparecer en la hoja de papel.

— El Archivista debe estar divirtiéndose de lo lindo con todo esto. — Se quejó Sergi tras comprobar por enésima vez que nada había cambiado en la página. — "TR pasaba las horas mirando como un tonto las inmutables letras del volumen mágico" estará escribiendo en el libro que me tenga dedicado. La próxima vez que me lo encuentre pienso prenderle fuego a su apestosa biblioteca.

— Relajate. No llevamos ni un día escondidos y ya empezás a desquiciarme. — Le reprochó Melanie desde el sofá. — Además, quiero ver el noticiero.

— Pero es que el muy mamón está jugando con nosotros. Si quería que detuviese a los Conjurados, me podría haber dicho su identidad sin más. No hacía falta delatarme a Reeva y darme la información con cuentagotas. Eso es sadismo.

— Precisamente. No le des el gusto de conseguir lo que quiere.

— Es difícil mantener la calma en una situación como esta.

— Y peor que va a ser. Mirá.

Sergi volvió la cabeza hacia el televisor. En el centro, tras un pomposo estrado, el alcalde se disponía a dar una rueda de prensa. Pero no hacía falta esperar a escucharle para saber qué era lo que iba a decir. Las letras sobreimpresionadas que pasaban sin cesar por el margen inferior de la pantalla ya resumían bastante bien la idea: "La policía había identificado a los héroes TR y Bolea como los causantes de las explosiones que destruyeron varias propiedades en la ciudad", "Gamer, miembro de la Asociación de Superhéroes, grave tras tratar de detenerlos", "Más de una decena de heridos", "La heroína Reeva, Reina del Fuego, decía conocer su ubicación", "El gobierno se plantea el envío de fuerzas militares".

— Estamos jodidos.

— Suerte que viajamos ligeros de equipaje.

lunes, 16 de septiembre de 2013

El Ascenso de los Conjurados 35

La moto había conocido días mejores, pero consiguió aguantar lo suficiente para llevarles a uno de los pisos francos (un chalet, en realidad) que tenían fuera de la ciudad. Tal y como estaban las cosas con Reeva y su Asociación de Superhéroes, les pareció más seguro salir de las peligrosas calles de la capital y refugiarse en un pequeño y perdido pueblecito de las montañas. Tenían claro que si la bruja había sido capaz de averiguar la identidad secreta de TR (y, posiblemente, la de Bolea), podrían acabar encontrándoles. Pero, al menos, confiaban en que le sería más complicado y les darían algunos días de descanso. Necesitaban recuperarse de sus heridas y reflexionar sobre cuál sería su siguiente paso.

Cambiados, duchados y con una copa de vino en la mano para relajar los nervios, Sergi le narró a su amiga sus peripecias del día en el edificio de la Asociación de Superhéroes y el encuentro que había tenido con el Archivista, algo que dejó de piedra (metafóricamente hablando, claro) a la argentina.

— Lo más extraño de todo — dijo Sergi — es que estuvieran buscando el libro rojo sobre la vida de los Conjurados. Seguro que fue el propio Archivista el que les avisó de que se lo había robado, aunque empiezo a pensar que dejó que me lo llevara. En cualquier caso, debió advertirles que no decía nada de interés. Sin nombres o pistas que les identifiquen. La única frase que podía llegar a ser comprometida es la última, pero no la terminó.

— Dejame ver. — Le pidió Melanie (es decir, Bolea) cogiendo el manuscrito. Lo abrió y empezó a pasar páginas hasta llegar a la última escrita. — No es gran cosa, pero a mí me parece bastante reveladora.

— ¿Qué? — Preguntó Sergi desconcertado.

— “Los hermanos discutían sobre cuál sería la mejor forma de deshacerse de su recién creado antagonista. — Leyó Melanie. — El frío Omega era partidario de eliminar a TR de forma permanente, mientras que el paciente Alpha era más partidario de ganarle para su causa. Lo que ninguno de los tres sabía era que se conocían en su vida civil.”

— Eso no estaba así esta tarde. — Dijo Sergi. — Se quedaba en “lo que ninguno de los tres sabía“. No terminaba.

— Pues, de alguna forma, ahora la frase está acabada. Puede que se escriba él solo. — Sugirió la mujer.

— Eso explicaría por qué trataron de quitármelo y cómo logra el Archivista tener registradas las vidas de tanta gente.

— Y sabemos que conocés a los Conjurados en persona ¿Contás entre tus amistades con unos hermanos que practiquen la magia negra?

— No que yo sepa. — Respondió Sergi confuso.

— Ya se nos ocurrirá alguien. Hagamos una lista de tus conocidos. Incluye a todos con los que te hayás acostado.

— Traeré más vino y haré unas pizzas. Esto nos va a llevar la noche entera.

martes, 10 de septiembre de 2013

El Ascenso de los Conjurados 34

TR tenía mucha experiencia profesional como especialista de cine (además de haberse “copiado” unos cuantos cursos de relajación en situaciones extremas) y sabía controlar su miedo. Incluso, cayendo a toda velocidad desde un edificio de seis pisos de altura pudo reunir la suficiente sangre fría para sacar la cuerda de escalada que llevaba en el cinturón, hacerse un improvisado arnés y conseguir enganchar el gancho de su extremo a la barandilla de una terraza. Gracias a ello, se salvó de acabar hecho papilla contra el suelo. Aunque cuando la cuerda se tensó, espachurrando su entrepierna y sacudiendo sus maltrechas costillas, hubo un instante en el que hubiera preferido estar muerto.

— Está claro por qué no existe un imitador de Batman en la realidad. — Pensó mientras trataba de desatarse. Al tercer intento se le acabó la paciencia y sacó el puñal para cortar la cuerda. — Voy a necesitar que Mario me dé muchos masajes para que esto deje de doler.

Bolea, que ya había recuperado su maza, le esperaba con la moto en marcha. A su lado, inconsciente, yacía Superbyte. TR recogió el librito del Archivista de donde lo había escondido y se sentó tras ella. El motor rugió y se alejaron calle abajo.

— ¿Le he dado? — Preguntó la mujer.

— Ni idea. — Reconoció TR. — No me quedé a mirar.

— ¿Sos boludo?

— Ese tío puede invocar cualquier tipo de arma que aparezca en un videojuego. Lo menos que me apetecía es que sacara un bazuka en mi casa. — Explicó TR a su amiga. — Cuando esto acabe, me gustaría que siguiera entera. Además, dudo que Gaymer sea tan fácil de derribar.

El ruido de un reactor y una risa de villano de película se encargaron de confirmar la teoría del superhéroe. Por el cielo, Gamer volaba tras ellos en una ala delta motorizada y no tardaría en darles alcance. Se notaba que sus habilidades habían mejorado mucho desde los tiempos en que TR le conoció en la Asociación de Superhéroes. Antes, únicamente podía sacar armas. Estaba claro, a juzgar por el ala delta, que ese límite había quedado superado.

— Le puedo derribar de un mazazo. — Dijo Bolea.

— Será mejor que nos alejemos hacia la Quebrada. — Sugirió TR. — El tío está tan loco que podría ponerse a soltar misiles.

Nuevamente, Gamer quiso darle la razón a su enemigo y las bombas empezaron a llover sobre ellos. La mayoría impactó justo detrás de la moto, pero las que más les preocupaban eran aquellas que se desviaban de su objetivo original. Varios coches y un par de comercios volaron por los aires. Confiaban en que, siendo la hora que era, no hubiese víctimas.

— No podemos dejar que siga haciendo eso. — Dijo TR. — Cárgatelo.

—Cogé los mandos. — Le pidió su amiga.

El chico pasó la cabeza bajo la axila derecha de la argentina y se estiró lo máximo que pudo para hacerse con los mandos, mientras Bolea agarraba su maza y la lanzaba contra su objetivo. TR consiguió mantener el control de la moto el tiempo justo para que su amiga arrojara el arma. Después, se torció, derrapó y acabó estrellándose contra el escaparate de una tintorería. Salieron con contusiones y múltiples cortes, pero al menos consiguieron su objetivo. El ala delta acabó destrozada y Gamer cayó.

viernes, 6 de septiembre de 2013

El Ascenso de los Conjurados 33

— Au. — Se quejó TR. — ¿A ti qué te pasa?

— ¡Me has llamado Gaymer!

— Es tu nombre, pedazo de imbécil. — Le contestó TR enfadado.

— Me llamo Gamer, no Gaymer.

— Se pronuncian igual, so memo. — Respondió TR. — Deberías empezar a aceptar ciertas cosas, porque empiezo a estar hasta los huevos de tu tontería homofóbica.

— No tengo nada que aceptar.

— Fuiste tú el que trató de liarse conmigo. — Dijo TR. Había cosas más importantes de las que ocuparse en ese momento, pero así conseguiría ganar tiempo hasta que se le despejara la vista y supiera qué había pasado con Bolea. Ya empezaba a ver manchitas, así que sólo tendría que distraer a Gamer un rato más.

— ¡Me emborracharte para aprovecharte de mí!

— Tú solito te bebiste todas aquellas cervezas. — Replicó TR. — Y yo no llamaría “apovecharse” a un beso. Que me diste tú, por cierto.

— ¡Mentira!

— Vamos, admitelo. Estamos solos tú y yo. Puedes dejar de hacerte el machito un rato.

— ¡Callate! — Gritó Gamer.

Un pie se estrelló contra el estómago de TR, dejándole sin respiración. Bueno, le habría dejado sin respiración si hubiera hecho menos abdominales en su vida, pero decidió hacer un poco de teatro para evitar golpes en otras partes más débiles y distraer un poco más a su rival. Ya podía distinguir siluetas.

— ¿Dónde tienes el libro que te dio el Archivista? — Preguntó Gamer cabreado. — Sabemos que te lo llevaste de su biblioteca.

— Lo tiré a una papelera después de leerlo.

Otra patada impactó en su estómago y TR volvió a interpretar su papel de rehén indefenso. Sus trabajados músculos resistieron, pero no podía negar que le había dolido.

— Vale, te lo diré. — Admitió TR. — Lo dejé en un contenedor de papel. Es importante reciclar.

De nuevo su captor le pateó la tripa. Cada vez le hacía más daño, pero también era cierto que cada vez veía mejor.

— Es la verdad. Me había tenido que pegar con tu jefa y el Archivista para conseguirlo, pero en el libro no ponía nada interesante. Así que lo tiré.

— Eres un mentiroso patológico. — Dijo Gamer. — Cuando te mate, dejarás de contar chismes sobre los demás.

— Qué poco confias en la gente. Por cierto, antes de que acabes con mi vida me gustaría saber qué has hecho con Bolea.

— Superbyte se está encargando de ella en la calle.

Un fuerte estruendo, como el de un trueno, sacudió el edificio y TR pudo contemplar, tirado en el suelo y con su vista casi recuperada, cómo la enorme maza de su amiga atravesaba otro de los ventanales de su salón y se dirigía a toda velocidad hacia Gamer. No esperó a comprobar qué ocurría después. Prefirió salir corriendo y lanzarse por una de sus ventanas sin cristales.

martes, 3 de septiembre de 2013

El Ascenso de los Conjurados 32

Bolea apareció un cuarto de hora más tarde, tiempo que Sergi aprovechó para escalar a la azotea más cercana y echar un vistazo a su apartamento. Visto desde esa perspectiva, no le quedó ninguna duda de que tenía visita. Debían ser un par de intrusos y parecían estar buscando algo, pues la luz de las linternas se movía mucho de un lado a otro.

La espera también le sirvió a Sergi para poner en práctica una técnica que le “copió” a un yogi (en referencia a un señor que practica yoga, no a un oso que roba cestas) que conoció en la India para regresar a la sobriedad más absoluta y poder centrar toda su atención en repartir sopapos a diestro y siniestro. Era un truco genial para esos casos. Desgraciadamente, no servía para momentos más íntimos, porque uno de sus efectos secundarios era dejar el aparato reproductor completamente inoperante durante una hora (momento en el que también regresaba la ebriedad y con bastante más fuerza que al principio).

— ¿Qué pasó? — Preguntó Bolea cuando finalmente llegó. — Me fastidiaste una cita con una mina re linda.

— Lo siento, yo también tenía planes, pero hay visitantes en mi casa y dudo que se trate de una fiesta sorpresa de mis amigos, porque les habría saltado la alarma al abrir la puerta.

— Así que son profesionales ¿Qué querrán estos choros?

— Lo único que se me ocurre que pueda interesar a alguien es el libro del Archivista… Luego te lo cuento. — Añadió antes de que amiga pudiera preguntar. — Eso o están esperando para darme una paliza.

— O ambas. — Dijo Bolea divertida.

— De todas formas, dejaré el libro entre los arbustos. Por si acaso no tenemos suerte y nos capturan. Y, ahora, vamos a conocer a los que han allanado mi morada.

Eligieron la entrada que usaba en sus salidas nocturnas vestido de TR como el medio más seguro de colarse en la casa sin que los intrusos se dieran cuenta, aunque era posible que ya supieran de su existencia. Que hubieran conseguido desconectar las alarmas, decía mucho del nivel que tenía esa gente y era uno que raramente se alcanzaba por gente que no perteneciera a la Asociación de Superhéroes. Sergi siempre se había esforzado por mantener en el más absoluto secreto su identidad secreta (valga la redundancia). Sus poderes le facilitaban no dejar huellas dactilares o restos de ADN (salvo que él quisiera) pero, además, había tratado de ser extremadamente cuidadoso a la hora de revelar cuáles eran sus aficiones nocturnas. Las únicas personas a las que se lo había dicho eran Bolea y su exnovio. Claro que eso no era ninguna garantía. Los Conjurados podían levitar, crear bolas de fuego y hacer campos de fuerza. Adivinar quién se escondía bajo la máscara de TR con una ouija, debería ser para ellos o para su jefa, un auténtico juego de niños.

TR y Bolea llegaron a lo alto del edificio y se colaron por la entrada camuflada que daba a un largo pasadizo que desembocaba en el salón del apartamento de Sergi. La casa se encontraba en la más completa oscuridad. Eso era algo que esperaban, pero seguía intranquilizándole. La incertidumbre por saber quién se había colado en su piso, le estaba matando. Por suerte, no tuvo que esperar mucho más, aunque el encuentro con los intrusos no se dio como él imaginaba. TR esperaba cogerles por sorpresa y darles una paliza, hasta que se decidieran a confesar. Que tiraran bombas cegadoras de magnesio, desde luego, no lo había previsto o no se habría puesto sus gafas de visión nocturna. La combinación dolía un poco y le dejaría cegado durante un tiempo. El oído, sin embargo, lo tenía perfectamente, por lo que no tuvo problema en escuchar los gritos, el ventanal de su salón estallando en mil pedazos y la voz de su agresor.

— Hola TR, cuánto tiempo. — Dijo.

— ¿Gamer?

Y, entonces, alguien le dio un porrazo.