viernes, 29 de noviembre de 2013

El Ascenso de los Conjurados 48

A Sergi le estaba costando digerir lo que Héctor acababa de explicarle. Que Mario hubiera obligado a su hermano a acostarse con él para enviarle una especie de mensaje de amor era una de las cosas más retorcidas, surrealistas y paranormales que había escuchado en su vida. Que toda esa charada fuera una forma de castigarles a ambos, le parecía algo tan horrible que ni siquiera le entraba en la cabeza. E igual de incomprensible que la serenidad con la que Héctor hablaba del tema. A pesar de sus bravuconadas, el hechicero se encontraba mucho más relajado de lo que Sergi consideraría normal en una situación similar.

— No comprendo que estés así de tranquilo. — Le dijo por fin mientras Héctor se preparaba unas tostadas con mantequilla y mermelada. — Esperaba que te pusieras a dar puñetazos a las paredes y cosas por el estilo.

— Creía que habíamos acordado no volver a hablar del tema. — Le respondió el otro.

— Pero es que me resulta raro que estés ahí parado preparándote el desayuno. No eres de los que se callan las cosas ni de los que se evaden a su mundo feliz para canalizar sus malos pensamientos.

— No quiero darle demasiada importancia. Poco íbamos a sacar de provecho así.

— Tampoco eres de los que hacen reflexiones constructivas. — Le replicó Sergi. — A no ser que no sea la primera vez que te hace algo así...

Héctor guardó silencio y continuó extendiendo mermelada por su segunda tostada.

— No es la primera vez que ocurre ¿verdad? — Insistió Sergi. — Por eso tenías tan claro lo que había pasado.

— Mira que eres plasta. — Se quejó el hechicero. — Sí, han sucedido eventos similares en otras ocasiones... un par nada más.

— Pero tú eres hetero... no sé, yo me siento bastante traumatizado y me gustan los tíos.

— Sí, claro que soy hetero. Mucho. — Respondió Héctor sacando pecho. — Y no se te ocurra dudarlo nunca o te partiré las piernas. Lo que pasa es que Mario y yo teníamos una conexión muy fuerte y por opuestos que fuéramos, de vez en cuando, nos influíamos el uno al otro. Yo, a veces, tuve... experiencias y él, en ocasiones, sufría ataques de furia.

— Sigo sin entender por qué no te enfadas más.

— Será que desde que la guarra de Reeva lo secuestró me siento un poco más magnánimo con mi hermano. — Dijo Héctor. — Y ahora, si no te importa, me gustaría dejar la conversación.

En ese mismo momento, Melanie entró en la cocina y se sirvió un café. En ningún momento miró a sus compañeros a los ojos.

— ¿Qué tal has pasado la noche? — Le preguntó Sergi al notar la mala cara que tenía.

— Las he tenido mejores. — Respondió la argentina con una sonrisa forzada y con la mirada perdida en el vacío. Obviaba mencionar que casi no había dormido y que, en las pocas horas en las que consiguió conciliar el sueño, la atormentaron horribles pesadillas en las que Reeva utilizaba su cuerpo para cometer todo tipo de atrocidades. — Bueno ¿pensaron qué haremos ahora?

— Tendríamos que buscarnos otro escondite en breve. — Opinó Héctor.

— ¿Crees que Mario averiguó donde estamos cuando... ocurrió lo de anoche?

— ¿Qué pasó anoche? — Preguntó Melanie.

— Nada, nada... mi hermano me poseyó un poquito. — Explicó el Conjurado. — Pero dudo que averiguara nada. Mi mente seguía bajo mi poder y como teníamos las persianas bajadas, poco pudo averiguar con la vista.

— ¿Crees que Reeva podría sacarlo de mi mente? — Le consultó Melanie preocupada. — Yo he... tenido sueños en los que salía ella controlándome.

— Lo dudo. Ya anulé el hechizo que facilitaba su control telepático y, además, levanté unas cuantas barreras mentales protectoras a tu alrededor. Deberías estar segura.

— Entonces ¿qué hacemos? ¿huimos? ¿y luego? ¿volvemos a huir? Debe haber algo que podamos hacer. — Replicó Sergi.

— Me encantaría, créeme. Haría lo que fuera necesario por rescatar a mi hermano, pero es imposible. Reeva es demasiado poderosa.

— Quizás nos convendría tener algún aliado. — Propuso Melanie.

— ¿En quién piensas?

— En Ampario.

— Estamos apañados. — Se quejó Sergi.

martes, 19 de noviembre de 2013

El Ascenso de los Conjurados 47

Sergi fue el primero de los tres en despertarse y no lo hizo hasta bien entrada la tarde, sobre las seis, cuando el sol empezaba a desaparecer por el horizonte. Seguía tan agotado tras el largo viaje que no le hubiera importado seguir durmiendo durante un par de horas más. Pero el ruido de un motor lejano le desveló, impidiendo que volviera a cerrar los párpados. No era más que un leve zumbido, un murmullo tan distante que hasta resultaba difícil reparar en él. Sin embargo, fue más que suficiente para despertar todos los temores que el agotamiento y el estado de shock en el que se encontraba su mente habían conseguido reprimir hasta el momento. La policía, el ejército y la Asociación de Superhéroes les estaban buscando. Tendrían que montar guardias para asegurarse de que no les pillaban por sorpresa. Para Reeva no debería ser un reto encontrarles. Antes o después lo haría.

— Sobre todo, contando con la ayuda y los poderes de Mario. — Pensó.

El recuerdo del menor de los Conjurados hizo que el estómago le diera un vuelco y unas potentes nauseas se adueñaran de su garganta, obligándole a correr al baño a vomitar. Saber que no podía hacer nada por salvarle, le estaba mataba por dentro. Y el extraño y vívido sueño erótico de esa noche, no mejoraba la situación. Se sentía un poco culpable porque su cerebro estuviera fantaseando de esa manera mientras el chico se encontraba sumido en una auténtica pesadilla. Aunque esa culpabilidad no era nada con la que tendría media hora más tarde, una vez Héctor se hubo levantado y él fue a ayudarle con el desayuno.

— No quiero hablar. — Fue el único saludo del hechicero.

— Sólo venía a enseñarte dónde estaban las tazas. — Respondió Sergi. De haber estado hablando con cualquier otra persona, tanta hostilidad injustificada le hubiera resultado sorprendente. Pero en Héctor, era normal.

— Muy bien, vamos a discutirlo. — Continuó el Conjurado que no parecía escuchar lo que el otro le decía.

— Vale. — Dijo Sergi. Eso ya era más confuso y extraño.

— Aprovecha este momento porque nunca jamás en la vida volveremos a mencionarlo.

— Lo siento, pero no sé de qué me estás hablando.

— De lo de anoche. — Contestó Héctor. — Ya sabes... tú y yo... Por favor, no me hagas entrar en detalles.

— ¿Qué? — Preguntó Sergi que, de repente, se había quedado sin sangre en buena parte de su cuerpo. Estaba blanco y las nauseas, habían regresado con fuerzas renovadas. Salió corriendo al servicio y consiguió llegar antes de empezar a vomitar, aunque se manchó los pantalones.

— Fue Mario. — Continuó el hechicero desde el pasillo. — Entró en mi sueño y manipuló mi cuerpo.

— Creía que no había sido real. — Consiguió responder TR una vez su estómago dejó de querer escapar por su garganta.

— Bueno, tampoco te tortures mucho. Debió influirte a ti también para que te mostraras más receptivo.

— Pero ¿por qué haría algo así? — Preguntó Sergi entre arcadas.

— Quién sabe. Puede que pretendiera putearnos o que quisiera mandarte un último mensaje. En cualquier caso no volverá a repetirse porque he roto por completo el vínculo que nos unía.

— Bien.

— Eso sí, que quede claro que no soy ni seré gay. — Concluyó el hechicero con renovada hostilidad. — Y aquí hemos terminado la conversación.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

El Ascenso de los Conjurados 46

Mucho antes de que decidiera defender la justicia como TR, había tenido multitud de ocupaciones, algunas de las cuales no eran todo lo honrosas que se podrían esperar de alguien que se dedica a combatir el crimen. Fue durante una época de rebeldía y escasa comprensión paterno-filial en la que decidió independizarse por su cuenta y ganarse la vida como buenamente pudiera. Durante ese tiempo descubrió dos cosas importantes que marcaron su vida: que la gente pensaba que estaba muy bueno y que era capaz de aprender cualquier cosa con con bastante facilidad. Gracias a ellas y a los trabajos que le facilitaron (en la industria del cine para adultos y en el negocio del saqueo nocturno de locales comerciales, respectivamente) logró sobrevivir en aquellos tiempos difíciles. Y gracias a su habilidad asaltando tiendas, (“copiada” al que se convertiría en su gran amor de juventud) y a un trozo de alambre que encontraron en el suelo, el grupo no tuvo problema a la hora de abastecerse de ropa en el centro comercial. Eso sí, a pesar de las felicitaciones que recibió, Sergi no se sintió nada orgulloso haciéndolo. Comportarse igual que aquellos a los que TR perseguía le revolvía las tripas. Pero era consciente de que no tenían otra opción. El último ataque de Reeva les había dejado, como suele decirse, en pelotas. Literalmente porque, por no tener, ni siquiera tenían ropa y tampoco podían ir a sus casas o sacar dinero para compra alguna. Sus identidades, la verdadera y la secreta, estarían siendo vigiladas por la policía y la Asociación de Superhéroes. Lo único que podían hacer era coger lo que necesitasen y esperar que un seguro cubriera las pérdidas al comerciante.

Vestidos, armados y con provisiones enlatadas suficientes para varios meses, salieron del centro comercial antes de que el hechizo ocultador de Héctor se hubiera agotado. Nuevamente, Sergi tuvo que tragarse su orgullo superheroico y poner en práctica otra de las habilidades de su oscuro pasado para conseguir un coche que les sacara de allí y les llevara a un lugar seguro, si es que existía. Los escondites de los Conjurados habían quedado comprometidos y los de los demás tampoco les ofrecían demasiada confianza pues temían que Reeva hubiera descubierto su ubicación mientras poseyó la mente de Bolea. Por suerte, TR aún contaba con un escondrijo de reserva, uno del que nunca habló a su amiga y que había tenido la precaución de comprar con nombre falso. Estaba lejos, muy lejos, pero necesitaban un refugio en el que recuperarse del golpe sufrido.

Tardaron toda la noche y parte de la mañana en llegar a su destino: una pequeña casa perdida en la meseta, sin un alma en muchos kilómetros a la redonda. Esta era otro de los legados de su oscuro pasado. No había regresado más que un par de veces desde entonces, pero la construcción seguía sólida y limpia. Una mujer que vivía a más de una hora de allí se encargaba de mantenerla y la alquilaba por temporadas a urbanitas en busca de paz, aunque en esos momentos se encontraba vacía.

Descargado el maletero y modificada la matrícula del vehículo con algo de magia, los tres fugitivos bajaron las persianas y se metieron en las camas, en busca de un descanso que creían merecido. Sin embargo, no les resultó sencillo descansar después de lo que habían vivido. Tenían demasiadas cosas en el cerebro. La impotencia que les había obligado a escapar como cobardes, la sensación viscosa que la posesión mental dejaba en el cerebro, la cara de la persona querida al ser desposeída de su voluntad, la maldad pura que desprendía Reeva, el fétido hedor de los seguidores de la Reina del Fuego, la actitud confusa del Archivista, los reproches hacia el resto de miembros de aquel improvisado equipo, el miedo por el futuro desconocido… Al final, acabaron dormidos de puro agotamiento.

En su sueño, que sentía como si fuera más real que la propia vida, la puerta de la habitación de Sergi se abrió y una figura penetró por ella. La penumbra del cuarto no le permitía distinguir bien sus facciones, en los sueños suele ser complicado, pero le pareció que era Mario. Olía como él, se movía como él y, al tocar su mano, tuvo claro que también sentía lo mismo que si fuera él. Embriagado por un irrefrenable deseo, se levantó de la cama y empezó a besarle sin hacer preguntas. El hechicero tampoco dijo nada el tiempo, horas según la percepción onírica de Sergi, que pasaron haciendo el amor. Luego, el chico desapareció del mismo modo que había llegado, dejando a Sergi en la soledad de su sueño. Horas después, cuando despertó de verdad, lo hizo mucho más tranquilo y relajado. Aunque se sentía un poco preocupado. Su encuentro con Mario había sido tan real e intenso, que le resultaba difícil aceptar que sólo se había tratado de una fantasía de su cabeza.

martes, 5 de noviembre de 2013

El Ascenso de los Conjurados 45

A medida que sus retinas se acostumbraron a la exigua iluminación del lugar, Sergi fue distinguiendo las formas de aquello que le rodeaba, aunque tampoco es que hubiera demasiado que distinguir. El espacio en el que se encontraba, embaldosado de arriba abajo con frías losetas de inspiración marmórea, era extrañamente amplio y se encontraba bastante vacío. De hecho, sólo dos siluetas merecieron su atención. Ambas, figuras humanas.

Una yacía inconsciente a pocos metros de él. Indudablemente, a juzgar por los cuadros que constituían su única vestimenta, se trataba de Bolea.

La otra figura que llamó su atención se hallaba algo más alejada y por los ruidos guturales que emergían de su garganta y por la postura que tenía, arrodillado en el suelo, Sergi supuso que estaría vomitando. Pensando que podría ser Mario, TR se acercó corriendo a ayudarle, pero no necesitó llegar a su lado para darse cuenta de que se había equivocado de hermano. Era Héctor el que vomitaba, no Mario. Desilusionado y con los recuerdos de lo sucedido volviendo en tromba a su cerebro, decidió dejar al hechicero que regurgitaba tranquilo su contenido estomacal antes de preguntarle nada. Una vez lo hizo, el recibimiento fue aún peor de lo que había esperado pues al grito de “Todo esto es culpa tuya” el Conjurado se lanzó sobre él a puñetazos. Sergi dejó que desahogara su desesperación contra su pecho y cara sin resistirse. Los golpes dolían bastante, se notaba que Héctor tenía experiencia en peleas callejeras y que aprovechaba sus sesiones en el gimnasio. Pero a TR no le importaba. Si era cierto lo que decía Omega, si él había tenido algo que ver con el destino de Mario, se merecía todos esos puñetazos. Incluso, los necesitaba para, a su manera, desahogar el dolor que había ido acumulado desde que descubrió que el chico con el que salía era uno de sus peores enemigos.

Terminado el arrebato, se quedaron sentados jadeantes, cansados, llorosos y, en el caso de Sergi, con bastantes dolores de más.

— ¿Qué ha ocurrido? — Preguntó TR tras un interminable silencio. — Todo el asunto con Reeva fue real ¿verdad?

— Sí. — Respondió Héctor suspirando. — Conseguí teletransportarnos en el último momento.

— Y Bolea está…

— Inconsciente. — Explicó el Conjurado. — He revertido el ritual para que no puedan controlarla, pero tardará un rato en despertar.

— Te lo agradezco.

— No lo hice por ti. — Gruñó Héctor.

— Ya... ¿y dónde estamos?

— En un centro comercial. Por cierto, estoy hasta las narices de verte desnudo.

— Lo siento. — Se disculpó Sergi rojo como un tomate mientras juntaba las piernas para esconder sus atributos. — ¿Y por qué no nos llevaste a un sitio seguro?

— Porque gracias a ti — empezó Héctor elevando el tono de voz tanto que, por un instante, pareció que iba a volver a golpear a TR — mi hermano se encuentra bajo el control mental de una bruja psicópata a la que le contará todos nuestros secretos.

— Lo siento, otra vez. — Dijo Sergi muchísimo más avergonzado (y entristecido) que por el asunto de la desnudez. Que hubiera podido contribuir de alguna forma, aunque fuera indirecta, a que Mario acabara en poder de Reeva le producía un dolor insoportable, mucho más profundo que el que le habían provocado los puñetazos de Héctor. — ¿Por qué no te afectaría a ti el hechizo de Reeva?

— No lo sé. — Contestó el otro con sequedad. — Mario y yo somos opuestos en casi todo. Supongo que su naturaleza psíquica fue más débil al ataque mental que yo, que soy más físico.

— ¿Conseguiremos rescatarle?

— No lo sé. Y ya está bien de preguntas. — Ordenó Héctor. La furia volvió a brillar en sus ojos pero, nuevamente, consiguió controlarse. — Despierta a tu amiga. Tenemos una hora para conseguir la ropa y provisiones antes de que se desvanezca el conjuro que mantiene dormidos a los guardias y desactivadas las cámaras.

— ¿Y después?

— Necesitaremos un coche. — Explicó el hechicero. — La mayoría de mis poderes sólo funcionaban al interactuar con Mario. Teletransportarnos de nuevo no va a ser posible.