Como no tiene mucho sentido tener el mismo contenido duplicado en diferentes sitios, a partir de ahora las nuevas entradas de TR solo se publicarán en la web de Historias con Hache.
TR, el superhéroe gay
jueves, 23 de febrero de 2017
miércoles, 11 de diciembre de 2013
Nuevo descargable, esta vez de TR
Para aquellos que no les guste seguir una historia capítulo a capítulo, ya está disponible un nuevo libro electrónico listo que recopila las primeras 40 entradas publicadas de las aventuras de TR, el superhéroe gay, en "El ascenso de los Conjurados".
Por supuesto, es totalmente gratuito y puede conseguirse en la página de Bubok en pdf, movi y e-pub, los formatos que utilizan los principales reproductores, tabletas, e-books, ordenadores y demás cachibaches electrónicos.
Si quieres descargártelo puedes hacerlo desde la página web.
Espero que les guste.
viernes, 6 de diciembre de 2013
El Ascenso de los Conjurados 50
Sergi trabajaba con una máquina de coser. Él, al igual que Spiderman y buena parte de los héroes del país, se hacía sus propios uniformes. Encargar mallas ajustadas de colores llamativos por las sastrerías de la ciudad no suele ser muy bueno para mantener una identidad secreta. Al menos, así fue hasta que la Asociación de Superhéroes puso en marcha su servicio de diseño y confección. Funcionaba bastante bien y nadie te pedía que te quitaras la máscara para medirte, pero Sergi seguía prefiriendo hacerse sus propios trajes. Así se sentía más libre. Además, el encargado de moda de la Asociación era el Sastre Rojo con el que TR nunca (incluso antes de intentar matarle) se había llevado bien. En su opinión, no era ni la mitad de simpático que la pequeña diseñadora de la película de "Los Increíbles".
La vieja máquina de hierro que había en la casona resultaba no iba con demasiada fluidez, pero no le importó. Tenía muchos años de práctica y había “copiado” sus habilidades a algunas de las mejores modistas del mundo (su abuela incluida). Además, confeccionarse un nuevo uniforme le hacía sentir que recuperaba algo de control sobre su vida. Y no sólo estaba haciendo el suyo, también los de sus compañeros. Ninguno se lo había pedido. De hecho, consideraban una tontería llevarlos, dado que Ampario ya conocería sus identidades secretas. Pero TR era muy clásico para algunas cosas y le gustaba ir vestido adecuadamente a sus citas, especialmente si era con una superheroína.
— Vaya, qué sorpresa. — Dijo Héctor al entrar al salón. — Tú haciendo una actividad tan heterosexual como coser.
— Puedes reírte lo que quieras. — Respondió Sergi sin dejar su labor. — Pero esta habilidad me ha dado de comer durante bastante tiempo.
— ¿Fuiste una modistilla? Reitero mi sorpresa anterior.
— Antes de convertirme en una estrella del porno, empecé en la industria del cine para adultos como ayudante de dirección. Y entre mis muchas responsabilidades estaba la de arreglar los tangas rotos y volver a coser los botones que arrancaban los actores.
— ¿Estrella del porno? — Preguntó Héctor con cierta estupefacción.
— ¿Acaso no lo notaste la otra noche? Debió ser por estar influido mágicamente.
— Muy gracioso, pero no has contestado.
— Pues sí, fui actor porno. — Admitió Sergi. — Ha sido uno de los muchos trabajos que he tenido en mi vida. Por lo que leí de la biografía que os hizo el Archivista, me parece que vosotros no habéis tenido esos problemillas.
— Parece que olvidó algunos datos.
— Tus secretos están a salvo conmigo. Todos ellos.
Melanie entró en ese momento en el salón. Su aspecto aún era mejorable, pero había conseguido dormir unas horas sin tener pesadillas con Reeva y, al menos, se sentía un poco más descansada.
— Vayámonos, chicos. — Dijo. — Hay un largo viaje por delante.
— Espera, que me queda coser un par de cosillas.
— No irás de TR. Tratamos de pasar desapercibidos y los hombres en mallas no son demasiado discretos.
— Además, — continuó Héctor — ya no tienes identidad secreta que guardar.
— Pero es una tradición. — Se quejó Sergi. — No puedes tratar con otro superhéroe vestido de paisano. Hasta os he hecho unos a vosotros...
— Nada de uniformes. — Le cortó Melanie.
— ¿Puedo llevarme las gafas al menos? — Preguntó TR poniendo cara de cordero degollado.
— De acuerdo, pero no te las pongas hasta que lleguemos.
— ¿Cómo has conseguido tintar los cristales de rosa? — Le preguntó el hechicero.
— No tuve que hacerlo. La tienda de deportes que asaltamos tenía un stock de gafas de esquiar de lo más variado.
— Y hortera, por lo que veo.
martes, 3 de diciembre de 2013
El Ascenso de los Conjurados 49
Conocían sus identidades secretas, controlaban sus cuentas y vigilaban sus domicilios. Que en su obsesión por encontrarles Reeva hubiera pinchado, mediante magia o técnica, los teléfonos de todos aquellos que les conocían no les parecía muy descabellado. Ampario como miembro de la Asociación y amiga de Bolea, con la que de vez en cuando iba de patrulla, tenía todas las papeletas para estar en el grupo de los que tenían sus comunicaciones intervenidas. Llamarla, aunque el teléfono de la casona fuera seguro, supondría revelar su paradero al instante. una circunstancia que podrían utilizar en el futuro para atraerla hasta allí y tenderla una trampa, pero aún no era el momento. Todavía necesitaban encontrar una manera de derrotarla (si es que existía una) y recuperar la confianza, seriamente minada tras las derrotas y las diferentes manipulaciones mentales que todos habían sufrido. En ese momento, lo único que buscaban era establecer contacto con una posible aliada.
Así que, en aras de la seguridad colectiva y guiados por una cierta paranoia (más pronunciada en Héctor que en Sergi), se embarcaron en un largo viaje en coche hacia el noreste. Condujeron durante horas hasta que, a una distancia sustancial y prudencial de su refugio, entraron en un restaurante de carretera. Era un buen sitio para pasar desapercibido. Había mucha gente, nadie se fijaba en los extraños y solían tener teléfonos públicos. El único problema que podrían haberse encontrado fue que el móvil de Bolea se había quedado (con el teléfono de Ampario en su memoria) olvidado en el suelo de su apartamento junto con su ropa. Pero, por suerte, la chica se lo había enseñado con una canción infantil (cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho dieciséis, pero al revés) y la argentina no tuvo problemas en recordarlo.
— Bolea, qué bien que me hayas llamado. — Dijo la chica. — Estaba superpreocupada por ti ¿te encuentras bien?
— Sí, por supuesto ¿y vos?
— Bueno. Reeva no se ha tomado muy bien que escaparais — empezó Ampario — y nos está obligando a buscaros, pero yo siempre me niego porque tengo claro que vosotros nunca haríais nada malo. Bueno, puede que TR sí, dado que es un poco rarito. Y del otro tipo no puedo decir nada, pues no le conozco. Pero en ti confío plenamente.
— Muchas gracias. Necesito verte ¿quedamos pasado mañana donde siempre nos encontrábamos al ir de patrulla después de la merienda?
— Chupi. Allí te veré.
Bolea colgó el teléfono y, sin perder un segundo, salieron a paso ligero hacia el coche. Les preocupaba que alguien pudiera teletransportarse, de repente, en medio del local.
— ¿Confías en ella? — Le preguntó Héctor mientras conducía el coche. Pensando en despistar a posibles perseguidores, había cambiado de sentido tres veces y el rodeo para regresar hasta su escondite se estaba alargando por tres comarcas diferentes.
— Por supuesto. — Respondió Bolea sin dudarlo. — Ampario es una niña de muy buen corazón.
— Es tonta y se lo va a contar a Reeva. — Replicó Sergi.
— No es tonta, es inocente. — Contestó Bolea.
— Me da igual. La cuestión es que no sabe lo que hace y va a acabar metiéndonos en un lío.
— Confío en ella.
— Ya verás. — Apuntó Sergi. — Yo, por si acaso, mañana me voy a pasar el día cosiéndome mi nuevo traje de superhéroe. Hay que estar bien vestido para hacer frente a los imprevistos.
— No va a pasar nada. — Respondió Melanie.
— Mañana me darás la razón.
viernes, 29 de noviembre de 2013
El Ascenso de los Conjurados 48
A Sergi le estaba costando digerir lo que Héctor acababa de explicarle. Que Mario hubiera obligado a su hermano a acostarse con él para enviarle una especie de mensaje de amor era una de las cosas más retorcidas, surrealistas y paranormales que había escuchado en su vida. Que toda esa charada fuera una forma de castigarles a ambos, le parecía algo tan horrible que ni siquiera le entraba en la cabeza. E igual de incomprensible que la serenidad con la que Héctor hablaba del tema. A pesar de sus bravuconadas, el hechicero se encontraba mucho más relajado de lo que Sergi consideraría normal en una situación similar.
— No comprendo que estés así de tranquilo. — Le dijo por fin mientras Héctor se preparaba unas tostadas con mantequilla y mermelada. — Esperaba que te pusieras a dar puñetazos a las paredes y cosas por el estilo.
— Creía que habíamos acordado no volver a hablar del tema. — Le respondió el otro.
— Pero es que me resulta raro que estés ahí parado preparándote el desayuno. No eres de los que se callan las cosas ni de los que se evaden a su mundo feliz para canalizar sus malos pensamientos.
— No quiero darle demasiada importancia. Poco íbamos a sacar de provecho así.
— Tampoco eres de los que hacen reflexiones constructivas. — Le replicó Sergi. — A no ser que no sea la primera vez que te hace algo así...
Héctor guardó silencio y continuó extendiendo mermelada por su segunda tostada.
— No es la primera vez que ocurre ¿verdad? — Insistió Sergi. — Por eso tenías tan claro lo que había pasado.
— Mira que eres plasta. — Se quejó el hechicero. — Sí, han sucedido eventos similares en otras ocasiones... un par nada más.
— Pero tú eres hetero... no sé, yo me siento bastante traumatizado y me gustan los tíos.
— Sí, claro que soy hetero. Mucho. — Respondió Héctor sacando pecho. — Y no se te ocurra dudarlo nunca o te partiré las piernas. Lo que pasa es que Mario y yo teníamos una conexión muy fuerte y por opuestos que fuéramos, de vez en cuando, nos influíamos el uno al otro. Yo, a veces, tuve... experiencias y él, en ocasiones, sufría ataques de furia.
— Sigo sin entender por qué no te enfadas más.
— Será que desde que la guarra de Reeva lo secuestró me siento un poco más magnánimo con mi hermano. — Dijo Héctor. — Y ahora, si no te importa, me gustaría dejar la conversación.
En ese mismo momento, Melanie entró en la cocina y se sirvió un café. En ningún momento miró a sus compañeros a los ojos.
— ¿Qué tal has pasado la noche? — Le preguntó Sergi al notar la mala cara que tenía.
— Las he tenido mejores. — Respondió la argentina con una sonrisa forzada y con la mirada perdida en el vacío. Obviaba mencionar que casi no había dormido y que, en las pocas horas en las que consiguió conciliar el sueño, la atormentaron horribles pesadillas en las que Reeva utilizaba su cuerpo para cometer todo tipo de atrocidades. — Bueno ¿pensaron qué haremos ahora?
— Tendríamos que buscarnos otro escondite en breve. — Opinó Héctor.
— ¿Crees que Mario averiguó donde estamos cuando... ocurrió lo de anoche?
— ¿Qué pasó anoche? — Preguntó Melanie.
— Nada, nada... mi hermano me poseyó un poquito. — Explicó el Conjurado. — Pero dudo que averiguara nada. Mi mente seguía bajo mi poder y como teníamos las persianas bajadas, poco pudo averiguar con la vista.
— ¿Crees que Reeva podría sacarlo de mi mente? — Le consultó Melanie preocupada. — Yo he... tenido sueños en los que salía ella controlándome.
— Lo dudo. Ya anulé el hechizo que facilitaba su control telepático y, además, levanté unas cuantas barreras mentales protectoras a tu alrededor. Deberías estar segura.
— Entonces ¿qué hacemos? ¿huimos? ¿y luego? ¿volvemos a huir? Debe haber algo que podamos hacer. — Replicó Sergi.
— Me encantaría, créeme. Haría lo que fuera necesario por rescatar a mi hermano, pero es imposible. Reeva es demasiado poderosa.
— Quizás nos convendría tener algún aliado. — Propuso Melanie.
— ¿En quién piensas?
— En Ampario.
— Estamos apañados. — Se quejó Sergi.