Conocían sus identidades secretas, controlaban sus cuentas y vigilaban sus domicilios. Que en su obsesión por encontrarles Reeva hubiera pinchado, mediante magia o técnica, los teléfonos de todos aquellos que les conocían no les parecía muy descabellado. Ampario como miembro de la Asociación y amiga de Bolea, con la que de vez en cuando iba de patrulla, tenía todas las papeletas para estar en el grupo de los que tenían sus comunicaciones intervenidas. Llamarla, aunque el teléfono de la casona fuera seguro, supondría revelar su paradero al instante. una circunstancia que podrían utilizar en el futuro para atraerla hasta allí y tenderla una trampa, pero aún no era el momento. Todavía necesitaban encontrar una manera de derrotarla (si es que existía una) y recuperar la confianza, seriamente minada tras las derrotas y las diferentes manipulaciones mentales que todos habían sufrido. En ese momento, lo único que buscaban era establecer contacto con una posible aliada.
Así que, en aras de la seguridad colectiva y guiados por una cierta paranoia (más pronunciada en Héctor que en Sergi), se embarcaron en un largo viaje en coche hacia el noreste. Condujeron durante horas hasta que, a una distancia sustancial y prudencial de su refugio, entraron en un restaurante de carretera. Era un buen sitio para pasar desapercibido. Había mucha gente, nadie se fijaba en los extraños y solían tener teléfonos públicos. El único problema que podrían haberse encontrado fue que el móvil de Bolea se había quedado (con el teléfono de Ampario en su memoria) olvidado en el suelo de su apartamento junto con su ropa. Pero, por suerte, la chica se lo había enseñado con una canción infantil (cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho dieciséis, pero al revés) y la argentina no tuvo problemas en recordarlo.
— Bolea, qué bien que me hayas llamado. — Dijo la chica. — Estaba superpreocupada por ti ¿te encuentras bien?
— Sí, por supuesto ¿y vos?
— Bueno. Reeva no se ha tomado muy bien que escaparais — empezó Ampario — y nos está obligando a buscaros, pero yo siempre me niego porque tengo claro que vosotros nunca haríais nada malo. Bueno, puede que TR sí, dado que es un poco rarito. Y del otro tipo no puedo decir nada, pues no le conozco. Pero en ti confío plenamente.
— Muchas gracias. Necesito verte ¿quedamos pasado mañana donde siempre nos encontrábamos al ir de patrulla después de la merienda?
— Chupi. Allí te veré.
Bolea colgó el teléfono y, sin perder un segundo, salieron a paso ligero hacia el coche. Les preocupaba que alguien pudiera teletransportarse, de repente, en medio del local.
— ¿Confías en ella? — Le preguntó Héctor mientras conducía el coche. Pensando en despistar a posibles perseguidores, había cambiado de sentido tres veces y el rodeo para regresar hasta su escondite se estaba alargando por tres comarcas diferentes.
— Por supuesto. — Respondió Bolea sin dudarlo. — Ampario es una niña de muy buen corazón.
— Es tonta y se lo va a contar a Reeva. — Replicó Sergi.
— No es tonta, es inocente. — Contestó Bolea.
— Me da igual. La cuestión es que no sabe lo que hace y va a acabar metiéndonos en un lío.
— Confío en ella.
— Ya verás. — Apuntó Sergi. — Yo, por si acaso, mañana me voy a pasar el día cosiéndome mi nuevo traje de superhéroe. Hay que estar bien vestido para hacer frente a los imprevistos.
— No va a pasar nada. — Respondió Melanie.
— Mañana me darás la razón.
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