Después de ascender otros tres pisos, TR empezó a darse cuenta de algo (más allá de que se le fuera a quedar un culo estupendo con tanta escalera): el edificio se encontraba extrañamente vacío. Hasta el momento, en su carrera no se había encontrado con un alma. Es verdad que la Asociación de Superhéroes no se distinguía por ser uno de los lugares más concurridos de la ciudad, pero siempre solía haber alguien. Superalumnos que asistían a los diferentes cursos (desde armas de fuego a cocina para solteros), superlectores que acudían a la biblioteca en busca de información para un caso (o de una buena novela, que también los había), superpacientes de los distintos grupos de terapia (en los tiempos de TR, a esa hora había una sesión de control del impulso heroico), supercontribuyentes preocupados por sus facturas, superturistas de visita en la ciudad o superlimpiadores afanados en sacar brillo al edificio (las supermanchas son difíciles de quitar). Pero TR no se había cruzado con nadie. Ni tan siquiera, con un pobre demonio explorador que la Reina del Fuego hubiera enviado a echar un vistazo. Todo era silencio a su alrededor, salvo por las risas de los diablos de los pisos inferiores que se acercaban poco a poco. Empujándole, lentamente, hacia la planta superior. Como perros a una oveja fuera del rebaño.
Era más que probable que estuvieran conduciéndole a una trampa. Sin embargo, eso seguía sin explicar por qué se encontraba desierto el edificio. No tuvieron tiempo de evacuar antes de su llegada sorpresa y ningún teletransportador conocido podría haber movido tantas personas de forma tan rápida mientras conversaba con Reeva.
— La gente no puede desvanecerse sin más. — Pensó TR. — Tiene que haber un truco.
Frente al siguiente tramo de escaleras y las puertas de los ascensores, TR frenó su carrera. Apoyado contra una pared, se sentó con las piernas cruzadas, cerró los ojos y, respirando profundamente, trató de poner la mente en blanco. No es que sus poderes le fueran a ayudar a detectar la magia ni nada por el estilo. Sólo quería concentrarse y despejar su cabeza de cualquier pensamiento inútil para poner toda su capacidad cerebral en encontrar el truco. Claro que había situaciones mucho más propicias para poner la mente en blanco que siendo perseguido por Reeva y sus demonios. Especialmente, por las risas de estos últimos. Risas que se iban sintiendo más fuertes. El único sonido de la planta… salvo por la leve frecuencia de las bombillas fluorescentes. Eso también podía oírse cuando te concentrabas un poco. Y las burbujas de una máquina de agua. Y el ruido de lo que parecía un ventilador. Y el tictac de un reloj. Y un tamborileo desconocido. Y un zumbido fuerte y continuo, como el de un ascensor. Y un “ping”. Y algo deslizándose. Y otro deslizamiento. Y, de nuevo, el zumbido.
— Hay otro ascensor, aparte de los que tengo delante. — Pensó TR. — Y alguien me estaba vigilando.
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