A medida que sus retinas se acostumbraron a la exigua iluminación del lugar, Sergi fue distinguiendo las formas de aquello que le rodeaba, aunque tampoco es que hubiera demasiado que distinguir. El espacio en el que se encontraba, embaldosado de arriba abajo con frías losetas de inspiración marmórea, era extrañamente amplio y se encontraba bastante vacío. De hecho, sólo dos siluetas merecieron su atención. Ambas, figuras humanas.
Una yacía inconsciente a pocos metros de él. Indudablemente, a juzgar por los cuadros que constituían su única vestimenta, se trataba de Bolea.
La otra figura que llamó su atención se hallaba algo más alejada y por los ruidos guturales que emergían de su garganta y por la postura que tenía, arrodillado en el suelo, Sergi supuso que estaría vomitando. Pensando que podría ser Mario, TR se acercó corriendo a ayudarle, pero no necesitó llegar a su lado para darse cuenta de que se había equivocado de hermano. Era Héctor el que vomitaba, no Mario. Desilusionado y con los recuerdos de lo sucedido volviendo en tromba a su cerebro, decidió dejar al hechicero que regurgitaba tranquilo su contenido estomacal antes de preguntarle nada. Una vez lo hizo, el recibimiento fue aún peor de lo que había esperado pues al grito de “Todo esto es culpa tuya” el Conjurado se lanzó sobre él a puñetazos. Sergi dejó que desahogara su desesperación contra su pecho y cara sin resistirse. Los golpes dolían bastante, se notaba que Héctor tenía experiencia en peleas callejeras y que aprovechaba sus sesiones en el gimnasio. Pero a TR no le importaba. Si era cierto lo que decía Omega, si él había tenido algo que ver con el destino de Mario, se merecía todos esos puñetazos. Incluso, los necesitaba para, a su manera, desahogar el dolor que había ido acumulado desde que descubrió que el chico con el que salía era uno de sus peores enemigos.
Terminado el arrebato, se quedaron sentados jadeantes, cansados, llorosos y, en el caso de Sergi, con bastantes dolores de más.
— ¿Qué ha ocurrido? — Preguntó TR tras un interminable silencio. — Todo el asunto con Reeva fue real ¿verdad?
— Sí. — Respondió Héctor suspirando. — Conseguí teletransportarnos en el último momento.
— Y Bolea está…
— Inconsciente. — Explicó el Conjurado. — He revertido el ritual para que no puedan controlarla, pero tardará un rato en despertar.
— Te lo agradezco.
— No lo hice por ti. — Gruñó Héctor.
— Ya... ¿y dónde estamos?
— En un centro comercial. Por cierto, estoy hasta las narices de verte desnudo.
— Lo siento. — Se disculpó Sergi rojo como un tomate mientras juntaba las piernas para esconder sus atributos. — ¿Y por qué no nos llevaste a un sitio seguro?
— Porque gracias a ti — empezó Héctor elevando el tono de voz tanto que, por un instante, pareció que iba a volver a golpear a TR — mi hermano se encuentra bajo el control mental de una bruja psicópata a la que le contará todos nuestros secretos.
— Lo siento, otra vez. — Dijo Sergi muchísimo más avergonzado (y entristecido) que por el asunto de la desnudez. Que hubiera podido contribuir de alguna forma, aunque fuera indirecta, a que Mario acabara en poder de Reeva le producía un dolor insoportable, mucho más profundo que el que le habían provocado los puñetazos de Héctor. — ¿Por qué no te afectaría a ti el hechizo de Reeva?
— No lo sé. — Contestó el otro con sequedad. — Mario y yo somos opuestos en casi todo. Supongo que su naturaleza psíquica fue más débil al ataque mental que yo, que soy más físico.
— ¿Conseguiremos rescatarle?
— No lo sé. Y ya está bien de preguntas. — Ordenó Héctor. La furia volvió a brillar en sus ojos pero, nuevamente, consiguió controlarse. — Despierta a tu amiga. Tenemos una hora para conseguir la ropa y provisiones antes de que se desvanezca el conjuro que mantiene dormidos a los guardias y desactivadas las cámaras.
— ¿Y después?
— Necesitaremos un coche. — Explicó el hechicero. — La mayoría de mis poderes sólo funcionaban al interactuar con Mario. Teletransportarnos de nuevo no va a ser posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario