Los diversos dolores que asolaban el cuerpo de Sergi, junto con la mala leche que le producía que los Conjurados se hubieran convertido en los nuevos defensores oficiales de la ciudad, le hicieron decidirse por dedicar el día en exclusiva a su vida civil. Unas cuantas clases en la universidad “copiando” conocimientos, un rato realizando las labores del hogar imprescindibles para que no declararan su casa zona de peligro biológico, una visita rápida al supermercado y, sobre todo, varias horas tratando de escribir el guión de su nuevo cómic. Si no empezaba a meterle tiempo, la fecha de entrega llegaría sin que hubiera terminado, lo que no sería una buena noticia para sus relaciones (las profesionales y las no tan profesionales) con el editor y para su bolsillo. Eso último, desde luego, era algo que no se podía permitir. Ser un héroe enmascarado, es un hobbie bastante caro: Armas del mercado negro, aperos de escalada de la máxima calidad, cachivaches tecnológicos a la última, botas especiales, suplementos proteínicos para mantener la musculatura, algunas clases de novedosos estilos de lucha, los pagos mensuales del gimnasio y analgésicos suficientes suficientes para suplir un pequeño hospital. Eso sin contar que cada vez que se le desgarraba un uniforme tenía que hacerse otro nuevo. Los superhéroes no podían ir a defender el mundo con remiendos. Hay que mantener una imagen. A los Vengadores nunca les verás por ahí con un cosido. Si Ultron o el Doctor Muerte les deja en harapos, ya se dan prisa ellos en agenciarse un traje nuevo para la siguiente aventura. Claro que a ellos les sale gratis porque se los hace Reed Richards, el de los 4 Fantástico. Si tuvieran que estar comprando tela cada dos por tres, seguro que dedicaban más horas a los trabajos de sus identidades secretas (¿Alguien recuerda haber visto al Capitán América dibujar un cómic o a Thor pasando consulta en los últimos años?).
— Al paso que voy con esto — pensó Sergi — voy a tener que taparme los rotos con parches… al menos, quedará suficientemente gay.
Y es que la historia se le estaba resistiendo. Por alguna razón, lo planteara como lo plantease, sus héroes siempre acababan apaleando a un par de monjes vestidos de rojo que se hacían llamar “Los Idiotas Hechizados”. Estaba claro que su originalidad y su creatividad no estaban en su mejor día.
Por un momento (en realidad, fueron muchos momentos) Sergi se planteó llamar a Mario y terminar lo que habían comenzado el día anterior, pero al final lo dejó por imposible. Con la cantidad lesiones que había acumulado en los últimos días, lo máximo que podría hacer con él era dejar que le diera un masaje… lo que parecía una idea un tanto precipitada teniendo en cuenta que lo acababa de conocer. Quizás sin en un tiempo acababan siendo amigos (o lo que fuera) podría aprovecharse gratuítamente de sus conocimientos fisioterapeúticos sin sentirse culpable.
Pero descartar quedar con Mario y decidir dedicar el día a los asuntos de su identidad secreta, no significaba que el mundo tuviera los mismos planes para él. Y, para disgusto de sus pobres músculos doloridos, quien le impidió seguir concentrado en sus quehaceres civiles no fue Mario para ofrecerle un masaje gratis, sino un mensaje de Bolea para pedirle que le echara una mano con un asuntillo bastante importante:
“¿Recordás los mafiosos que volaron? Pues acabo de encontrar el cadáver de Pinoli y no está nada chamuscadito.”
— Puede que, con un poco de suerte — pensó Sergi resignado mientras se embutía en su traje de superhéroe — consiga sacar alguna historia para el guión del cómic.