La cena con Mario había ido muy bien, la música de la discoteca había estado muy bien y los magreos varios que se habían sucedido durante la noche, le habían dejado cachondo y muy bien. Lo único que le faltaba para calificar la noche con un “muy bien” era que su cita aceptase subir a su piso y dedicaran las horas que quedaran hasta el amanecer a practicar sexo desenfrenado. No sabía si en la cama le iría muy bien, porque se había tomado algunas copas, pero le era indiferente. Le bastaba con que Mario se quedara a dormir con él. Sería su primera cita completa en mucho tiempo y su primera noche sin TR.
— Mira lo que he encontrado bajo un arbusto. — Dijo Mario mostrándole el librito rojo del Archivista. Parecía que deshacerse de su alter-ego superheroico iba a ser más difícil de lo que creía.
— Sí, es mío. — Respondió Sergi quitándoselo de las manos. No es que contara nada importante, pero tampoco quería que la gente común fuera leyéndolo. Eso podía acarrear preguntas. Además, tendría que devolvérselo a su dueño para evitar que mandara libros asesinos voladores a su casa. — Se me… ha caído por la ventana.
— Pues está bastante bien para la leche que se ha dado. — Opinó Mario mirando a lo alto del edificio. — Tu casa es el último ¿verdad?
— Sí. Es esa con los marcos de las ventanas azules que… — Sergi se detuvo a mitad de frase. Le había parecido ver un resplandor que salía desde el interior de su apartamento. Aunque también podía ser un reflejo — … que son tan grandes… — Terminó titubearte. Lo había vuelto a ver y, esta vez, estaba casi seguro de que provenía de su salón.
Tenía que evitar poner a Mario en peligro y, por mucho que le doliera, eso implicaba cancelar su noche de pasión y mandarle a su casa. Y no había mejor forma para lograrlo que fingir una pequeña lesión sin importancia. Lo sabía muy bien. No era la primera cita que tenía que cancelar por culpa de unos ladrones.
— ¡Ah! — Gritó agarrándose el gemelo. — ¡Qué dolor!
— ¿Qué te pasa? — Le preguntó Mario con seriedad. — ¿Te ha dado un calambre en la pierna? ¿Una luxación? Cuéntame dónde te duele y seguro que puedo aliviártelo.
— Creo que me… — empezó a decir. Se había olvidado que su pareja era fisioterapeuta. Si quería librarse de él, tendría que inventar algo que no tuviera que ver con lesiones musculares. — Creo que me he pasado con las gambas. Me duele mucho la tripa.
— ¿Y por qué te cogías la pierna? — Preguntó Mario curioso.
— Ya sabes, un reflejo de esos raros. — Explicó Sergi sin mucho convencimiento, esperando que el otro se lo creyera. — Yo que tú me iría a casa. Lo que va a suceder en breves momentos no va a ser nada bonito.
— No me asusto con facilidad. En el hospital he visto de todo.
— Sí, pero no me sentiría cómodo teniéndote en el salón, mientras yo paso la noche en el baño imitando a un volcán en erupción.
— Um, qué gráfico. — Rio Mario. — Está bien, te dejaré solo. Pero mañana por la mañana vendré a verte para ver si estás bien y terminar lo que hemos empezado.
— Perfecto. A partir de las diez de la mañana, cuando quieras. — Respondió Sergi antes de darle un largo beso en los labios.
Unos minutos después, Mario se alejaba en un taxi. Le hubiera encantado poder irse con él, pero tenía cosas que hacer. Alguien estaba en su apartamento y, teniendo en cuenta las medidas de seguridad que poseía, debía ser gente peligrosa. Necesitaba ayuda. Así que cogió el móvil y marcó un número que conocía muy bien.
— Hola, necesitaría que me echaras una mano en plan serio. — Dijo. — Y, ya que vienes, podrías traerme el traje que dejé en tu casa por si surgía una emergencia. Sí, un par de armas también me vendrían bien.
Y así, una vez más en su vida, TR volvió a estropearle una cita.