jueves, 8 de agosto de 2013

El Ascenso de los Conjurados 25

Una espiral de libros, encabezada por lo que parecía la gruesa biografía de algún papa (entiéndase “papa” por su significado religioso, no por el culinario que, por otra parte, tendría bastante menos sentido), se enroscó por el aire en dirección a TR, que logró esquivar la embestida tirándose al suelo en el último segundo. Inmediatamente, tuvo que rodar hacia un lado para evitar que una columna de volúmenes encuadernados en cuero verde le cayera en la cabeza. Y fue necesario que se levantara de un salto y diera un par de mortales hacia atrás (bueno, en realidad, los mortales no eran imprescindibles, pero siempre quedaba mejor que una triste y sosa carrera) cuando la citada columna, con el inestimable apoyo de otra centena de libros, se desmoronó en el lugar en el que yacía segundos antes. Si algo le estaba quedando claro a TR en ese momento era que su amor por la lectura no era correspondido, aunque poco importaría en unos minutos. Las incursiones literarias seguían sucediéndose sin descanso y a él, que ya venía cansado tras recorrerse medio edificio, cada vez le costaba más esquivarlas. Pronto se quedaría sin fuerzas. Y, mientras, el pequeño libro de trapas rojas se había adentrado en la oscuridad de la cripta.

— Deberías rendirte. — Le recomendó el Archivista. — Me entristecería perder un personaje tan interesante como tú.

— Unos poquitos libros no van a asustarme. — Respondió TR furioso mientras saltaba para sortear un par de volúmenes psicopáticos.

— Te enseñaré a lo que te enfrentas.

Y según lo dijo, la luz inundó por completo la biblioteca, desvelando el verdadero aspecto de la estancia. Efectivamente, tal y como había supuesto, se encontraba en una húmeda cripta, aunque sus dimensiones se asemejaban más a las que podría tener una nave industrial. Una nave industrial gigante, pues medía un par de pisos de altura e incontables metros tanto de ancho como de largo, pues era incapaz de distinguir pared alguna en la lejanía. Una explanada infinita sólo interrumpida por las miles de robustas columnas de mármol que sostenían las bóvedas del techo y por una asfixiante concentración de incalculables hileras de estanterías. Todas ellas repletas de libros más que dispuestos a aplastarle hasta convertirle en una masa sanguinolenta.

— Se nota que has estado ocupado escribiendo. — Dijo TR con una sonrisa. Por dentro, sin embargo, el asunto no le hacía tanta gracia.

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