martes, 8 de octubre de 2013

El Ascenso de los Conjurados 41

— No lo entiendo. — Balbuceó TR. Estaba lívido como la leche. — En serio, explícamelo ¿Qué significa?

— Tranquilizate. — Le consoló Bolea con voz dulce. — Seguro que no es más que un truco del Archivista.

— Sí, claro. Es un truco... ¿pero por qué? ¿qué gana él con todo esto?

— Quién sabe. Recién nos enteramos de que existe.

— Pero no tiene sentido. Estoy seguro de que quería que me llevara el libro. Sabía que si me lo enseñaba, sería incapaz de resistirme. Además, nunca podría haberlo sacado de allí sin su consentimiento. Los volúmenes voladores me habrían destrozado ¿Lo hizo sólo por hacerme sufrir? — Preguntó TR con serios esfuerzos por no echarse a llorar.

— Quizás es un súper psicópata que necesita hacer este tipo de trucos para entretenerse. — Apuntó Bolea.

— ¿Y si es cierto? ¿qué pasa si Mario es uno de los Conjurados?

— Seguramente, él tampoco sabía que tú eras TR.

— O, a lo mejor, me ha estado utilizando. — Dijo Sergi con seriedad. La ira comenzaba a imponerse como la sensación dominante en su cuerpo, por encima de la tristeza.

— No lo creo. — Opinó su amiga. — De ser así, habrían ido a tu casa después de lo que ocurrió en la Quebrada.

— Es cierto. — Reflexionó TR. En su interior, el enfado remitió ligeramente, dejando vía libre a la pena y la autocompasión. — Espero que fuera sincero.

— Seguro que sí.

— Es una lástima. De habernos conocido en otras circunstancias seríamos la pareja perfecta. Al menos, él no tendría problemas con mi faceta de superhéroe. No como Javier…

— Dejá de torturarte. Aún no sabemos si es cierto que sea uno de los Conjurados.

— Acabo de caer en quién puede ser Omega — Dijo el chico. — Tuvimos un pequeño encontronazo en el gimnasio el día que conocí a Mario.

— Eso no quiere decir nada. — Apuntó Bolea.

— Y el día del atraco al banco, él tuvo que irse por una emergencia en el hospital. Todo encaja. — Concluyó Sergi.

— Mirá, si el Archivista quiere hacerte sufrir, habrá tratado de hacer realista su historia.

— ¿Tú crees que esa es la explicación? — Preguntó TR esperanzado. Sus niveles de pena, ira y autocompasión disminuyeron ante la esperanza de que la teoría de Bolea fuera cierta. Sin embargo, no tardaron en volver a ascender en tromba en cuanto la realidad decidió solventar el debate con un fogonazo de cegadora luz roja. Los Conjurados, acababan de llegar.

— ¿Sergi? — Preguntó el más alto de los dos hechiceros apartándose la capucha. La cara de Mario surgió de entre la tela. — ¿Qué... qué estás haciendo aquí? ¿Por qué... estás desnudo?

— Podría preguntarte qué haces tú aquí así vestido. — Le respondió TR desafiante. Su enfado acababa de sobrepasar por mucho al resto de emociones que circulaban por su cabeza.

— Lo del desnudo no tiene nada que ver con el sexo, que conste. — Añadió Bolea. — Lo digo para que no surjan malentendidos. A mí me van las chicas.

— Melanie, no creo que eso interese a nuestros invitados. — Apuntó Sergi mientras recogía su palo de metal y lo estiraba con un gesto.

— Me interesa a mí. — Respondió la argentina. — Tengo una reputación que mantener.

— Sí, pero qué haces aquí. — Insistió Mario.

— Es sencillo, yo soy TR.

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