Tardaron varios minutos en conseguir detener la loca carrera del Sastre Rojo por el apartamento y en apagar con el extintor las llamas que consumían sus ropas (y las que se habían extendido por el sofá y una alfombra). Después de dejaron inconsciente para evitar que sus gritos atrajeran compañías indeseables, le curaron las quemaduras (después de todo eran héroes) y le ataron con una pesada cadena de hierro forjado (un suvenir que Bolea se había traído de un viaje por Europa) para evitar que se escapase, pues no tenían muy claro si sería capaz de controlar una cuerda con sus poderes.
Una vez finalizadas sus tareas superheroicas, pudieron centrarse en prioridades más mundanas como ponerse algo de ropa. A TR no le importaba estar desnudo, pero admitía que cargar armas afiladas no era una tarea que le apeteciera hacer en pelotas. Sin embargo, TR no llegó a tener tiempo de ponerse a rebuscar en el armario de su amiga pues, en ese momento, una enorme masa de pelos atravesó una de las ventanas del salón. Se trataba de Chita, la mujer capaz de transformarse en mono. Y no estaba especialmente contenta a juzgar por cómo aplastaba el sofá. Pero antes de que pudiera causar un desastre decorativo en todo el apartamento, la maza de Bolea cruzó volando la sala y le impactó en la cabeza. El sonido que provocó el impacto, le recordó a TR el de un melón maduro, aunque lo que más le sorprendió fue que la cabeza de Chita continuase en su lugar. Cualquier humano normal y corriente, habría muerto decapitado al instante. La gigantesca simia tuvo suerte y sólo cayó inconsciente sobre la mesa de café, que se hundió bajo su peso antes de que la mujer recuperase su forma humana.
En vista que, de sus dos prisioneros, la mujer era la única que poseía una fuerza sobrehumana, tuvieron que inmovilizarla con las cadenas que ataban al Sastre Rojo. Al hombre le encerraron desnudo en el cuarto de baño, aunque antes retiraron las toallas y la cortina de la ducha. Así no tendría nada que controlar y no sería nada más que un humano normal, aunque tampoco creían que fuera a darles muchos problemas con las quemaduras que tenía si llegaba a despertarse.
— ¡Ya estoy harta! — Gritó Bolea. Su acento argentino había desaparecido, lo que no solían ser un indicador de felicidad y calma. — No me importa que intenten matarme, pero no estoy dispuesta a que me destrocen el mobiliario.
— ¿Te has fijado que todos tienen los poderes muy... aumentados? — Preguntó TR.
— No. — Respondió Bolea con sequedad mientras trataba de arreglar la mesa de café. Nuevamente, su mutua desnudez había quedado en un segundo plano. — ¿A qué te referís?
— No sé. — Dijo TR sonriente al percatarse del regreso de la "argentinidad" de su amiga.
— Pero todos los de la Asociación de Superhéroes que nos hemos encontrado podían hacer cosas de las que antes no eran capaces.
— Habrán practicado.
— Es posible, aunque me resulta raro que pase con todos. Gamer puede sacar objetos que no sean armas de los videojuegos, el Sastre Rojo es capaz de controlar los tejidos, Chita es el doble de grande... ¿notaste algo extraño cuando luchaste con Superbyte?
— Ahora que lo decís... me pareció que tenía más chismes. — Apuntó Bolea.
— Es muy curioso.
— Sí, pero vamos a apresurarnos antes de que lleguen los que faltan. — Dijo la chica. — Cogeré las armas y, mientras, vos buscate en el closet algo que podás ponerte.
Una vez más, TR tomó el camino del armario de su amiga y, nuevamente, no consiguió llegar. En esta ocasión, le distrajo el pitido (con su resplandor a juego) que indicaba que una nueva frase acababa de escribirse en el libro del Archivista. Se lanzó sobre él con ansia y empezó a leerlo sin esperar a que Bolea se reuniera con él. Lo que ponía le dejó helado:
"Lo que ninguno de los tres sabía era que se conocían en su vida civil. Omega, en realidad, se llamaba Héctor y había tenido una sonora pelea con Sergi en el gimnasio. Su hermano Alpha conocía bastante mejor a TR. Después de todo llevaban tiempo acostándose. Su nombre era Mario.”
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