Mario se quedó absolutamente petrificado, salvo por el leve tic que el estrés hizo aparecer en su mejilla derecha. Su cara no tenía nada que envidiar a la que su pareja tenía unos momentos antes. Le estaba resultando difícil de entender cómo las identidades de Sergi y TR podían convivir en una misma persona. Por un lado estaba el divertido, cariñoso e interesante guionista de cómics con el que acababa de empezar una relación. Por el otro, el hipócrita aprendiz de superhéroe que pretendía frustrar sus planes por puro egoísmo y al que su hermano y su mentora (las personas que más le importaban en la vida) odiaban con toda su alma.
— ¿TR? No lo entiendo. — Comentó Mario tras unos segundos de silencio. Le había dado muchas vueltas en su cabeza, pero la única explicación lógica que se le ocurría era que se trataba de un error o una broma pesada.
— Pásate unos cuantos minutos así y sabrás cómo me siento ahora mismo. — Replicó Sergi molesto.
— Seguro que Héctor te ha pedido que digas eso para asustarme. — Dijo Mario riendo nervioso.
— Lo siento, pero es cierto. — Respondió TR un poco triste al contemplar los desesperados intentos de negar la realidad de aquel que había deseado que llegara a ser su novio. — Soy TR y ella es Bolea.
— Entonces, has estado utilizándome para conseguir tus objetivos ¿verdad? — Concluyó Mario.
— No, no, no. Tú me has utilizado a mí. Yo acabo de enterarme de que eres uno de los Conjurados.
— ¿Por qué iba a yo a hacer algo así? — Preguntó Mario confuso. En su cabeza, la tristeza y el desconcierto todavía eran los sentimientos predominantes. Aún le quedaba hasta llegar a estar tan enfadado como su pareja... o expareja... ya no sabía qué eran. — Yo te quiero.
— Ahora mismo, no me fío mucho de ti.
— ¿Tú no me quieres?
— Claro que sí. — Reconoció TR. — Pero me cuesta creer lo que dices.
— ¿Por qué?
— Bueno, está lo de intentar matarnos, lo de asesinar mafiosos y... ¡ah, sí! y porque trabajas para la bruja mala del infierno.
— Reeva no es ninguna bruja mala. — Se quejó el hechicero.
— Pero si cumple más tópicos que la de Blancanieves. — Respondió TR. — Hasta invoca demonios. Lo único que le falta es comer niños. Y tampoco pondría la mano en el fuego.
— No la comprendes. — Dijo Mario. La ira comenzaba a aflorar en su interior. No le estaba gustando que se metieran con la mujer a la que consideraba una segunda madre. — Ella sólo quiere cambiar el mundo, hacerlo más justo y pacífico para que la gente pueda ser feliz.
— Sí, sí. Eso dicen todos los dictadores. — Contestó Sergi cabreado. Cualquier sentimiento de compasión, comprensión o cariño que sintiera por Mario se estaba desvaneciendo rápidamente. Que defendiera a Reeva, era demasiado.
— Oye, tú, la de los cuadros en las tetas. — Intervino Héctor, la otra mitad de los Conjurados. Llevaba un rato contemplando la discusión y parecía aburrirse. — ¿Qué te parece si empezamos nosotros con las hostias? Por hacer algo mientras mi hermano y su novia terminan de discutir.
— Qué poco respeto. — Le respondió Bolea. — Si tantas ganas tenés de que te patee el culo, esperate tu turno.
— Bueno, tampoco es necesario que nos peguemos ahora mismo. — Replicó el otro. — Podríamos intentar expandir tus gustos hacia nuevos horizontes. No sé por qué, pero me pone eso de que te vistas con cuadros. Es la versión culta de la típica porno-chacha.
— Prefiero luchar. — Contestó Bolea.
La mujer cogió su maza con fuerza dispuesta a cargar contra su oponente. Héctor comenzó a levitar y sus manos emitieron un brillo rojizo. R y Mario, por su parte, se gritaban a pleno pulmón. Sin embargo, una voz profunda les interrumpió antes de que ninguno llegara a las manos. Venía de un hombre de edad indeterminada y pelo blanco que estaba sentado en el sofá quemado. Sobre su regazo descansaba un enorme volumen verde de un palmo de grosor.
— Vaya, se ve que llego en el momento justo. — Dijo con una sonrisa. — Creo que tengo la respuesta a vuestras preguntas. Pero perdonad, no me he presentado. Me llaman el Archivista.
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